sábado, 19 de septiembre de 2009

SchipHol, Amsterdam en Ambar

Luego de tantísimas horas de vuelo, cuando ya había perdido toda noción de hora y fecha, el capitán sugiere amenazante por el micro, ponernos los cinturones ante el ya inminente momento de aterrizar. Tu – Tu – Tun. Micro apagado, movimiento revoltoso de las aeromozas en celeste. Ruido abrupto de turbinas (que mareo me ha dado recordarlo).
Todos muy sentados, entre legañas, ya sin frazadas, audífonos u otro objeto, souvenir en potencia, fuera del alcance de nuestros bolsillos. Turistas abriendo las ventanas, aquellas luces ámbar, muchas, potentes y acogedoras. Luego de tanta cegadora oscuridad, mucha luz. Ya llegamos. Primera ciudad europea que pisaba, aunque fuera escala, pero que importa. Por la demora del vuelo en Lima, habíamos perdido la conexión hacia Paris, y tendríamos que dormir, a cuenta de la aerolínea, en la capital holandesa, aunque sea por unas horas, en un hotel del aeropuerto.
SCHIPHOL. Mala hora para hacer memoria. Era muy tarde, después de 15 horas de salir de Lima. Es obvio que no recuerde la mayoría. Solo mi madre que pedía clemente le traduzca las cosas, en ingles obviamente, y una sueca que había viajado con nostras con un termo lleno de caldo de algún polluelo limeño, ofreciéndonoslo para “refrescar” en medio del sofocante calor del verano europeo.
Muchas largas colas, puertas deslizantes, gigantes holandeses, uno más simpático que el otro. Y bueno, ¿ahora? Por aquí… Salimos del aeropuerto aun bajo el cielo nocturno. Estaba al frente, solo caminar por un túnel y nos encontrábamos delante de otra cola, rodeados de más luces ámbar, en el lobby de nuestro humilde hotel: ¿conocen el Sheraton?